La noche que lo conocí, hace ya varios años, una noche rara en la que José Emilio Pacheco aceptó salir a tomarse un trago al Bar Nuevo León con algunos amigos literarios, le comenté que una de mis tesinas universitarias fue sobre los Cuatro Cuartetos de T.S. Eliot. Me dijo que llevaba unos catorce años de su vida traduciéndolos y generosamente ofreció regalarme los que ya había terminado, algo que cumplió unos días más tarde, y que yo atesoro, en su versión de copia engargolada, hasta el día de hoy.
Al parecer, José Emilio Pacheco no solía salir mucho de su casa. Esa noche, estábamos cenando y conversando tranquilamente. La cantina estaba casi vacía. De repente, en una mesa del fondo donde bebían dos señores con pinta, quizás, de burócratas, uno de ellos tomó el servilletero, de esos de metal que parecen cajas fuertes, y se lo estampó a su amigo en la cabeza.
Creo que nos percatamos porque solamente oímos un crack y al voltear, vimos a un hombre de cuya frente chorreaban borbotones de sangre; una cantidad de sangre exagerada. El atacado permaneció sentadito, calladito en su silla y su amigo también. Si se quejó, no lo oímos. Si no mal recuerdo, el amigo hasta le pidió perdón. No hubo gritos, ni una vulgar pelea. Un mesero impasible acudió al socorro del agredido y un garrotero se dispuso a limpiar el charco y la pared estrellada de sangre con un trapo.
Lo insólito, además de que fue la noche insólita en la que Jose Emilio finalmente aceptó salir de su casa, es que fue como ver una película muda, de violencia tristemente cómica y trágicamente sangrienta, algo que solamente México es capaz de producir.
José Emilio estaba bastante impactado, me imagino pensando que estos despliegues bizarros de machismo alcoholizado eran de rutina en este lugar. Creo que le juramos y perjuramos que no era así. Fue una escena totalmente surrealista, y yo pensé, qué extraña suerte tenemos todos, incluyendo a José Emilio: peleas en cantinas hay de sobra, pero estas cosas sólo pasan en presencia de un poeta.
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Exquisita anecdota
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